En la orilla de la playa, un corazón semi-enterrado, se cruzó ante mis pasos...
Era de un rojo muy subido para ser de piedra. Muescas, grietas, hendiduras que los avatares de la vida habían cincelado en su superfície, le daban un aspecto de obra de arte.
Al momento entendí que deseaba que me acercara. Con mis dedos, acaricié con delicadeza sus límites. Un corazón precioso, fuerte, poderoso, henchido, asomaba de entre los finos granos de arena que lo aprisionaban.
Se sentía cansado, sin energía, no oponía ninguna resistencia a que la playa lo engulliera...
Era tan especial... y abandonarse así... con la fortaleza que había caracterizado su consistencia... era una lástima.
Mi mirada se cruzó en la ternura con un rayo de sol, y con la brisa, que comenzó a suspirar hasta convertirse en viento. El viento sedujo a la arena invitándola a volar, alejándola así del corazón de piedra.
Y este, al sentir la vida respirar por su superficie, tomó de nuevo las riendas de su existencia, negándose a desaparecer...
Y está, está allí... Orgulloso permanece regalando su fortaleza a quien la quiera apreciar.
Cuando voy a pasear por la orilla de la playa, para llenarme de energía, meditar en la melodía de las aguas, y sentir su frescor, ese corazón varado en la arena, me recuerda que todos podemos resurgir, renacer, igual que lo hace el sol cada día cuando despierta con su calor al corazón de piedra.
A veces, para llenarme del mar que cada minuto de su existencia, ese corazón contempla, acaricio con dulzura sus confines, dibujándolo.
Creo que le gusta, a mi también sentir su firmeza.
Creado por Elvia Cor.
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